lunes, 26 de marzo de 2012

LA PILETITA (basado en el cuento "Escena de una canción de amor", de Alberto Suárez)

LA PILETITA by adrián campillay


Pista perteneciente al PROYECTO VACAS (Rock and Poe del Desierto)
Música: Bruno Bustamante Torino
Voz: Alberto Román
Texto: Alberto Suárez


Tapa del libro al que pertenece el cuento de Suárez (LOS CUENTOS QUE NO CANTO. Ed. de la UNSJ, febrero de 2010. Foto de tapa: Alejandro Urioste, composición con obra «La Maja-Dora» (2006-2009) de Jimena Cabello. Óleo y sintético sobre lienzo (1,30 x 1,10).

Escena de una canción de amor

–Enjuáguese, por favor.

La piletita tiene un pequeño caño en forma curva del que sale con fuerza un chorrito de agua y pega en el fondo de un minúsculo vaso descartable.

Hago un buche y escupo.

Ahora reclina la camilla y quedo prácticamente acostado.

Ella, con un barbijo, está poniéndose unos guantes transparentes, enciende una luz arriba y la acerca a mi cara.

Prevalece el olor a xilocaína y otros anestésicos.
 
El sonido es igual al de los restoranes, pero éstos no son cubiertos.

Agarra algo que termina en un espejito redondo y un gancho puntiagudo con mango y me dice:

–Abra.

Abro la boca. El barbijo está casi rozándome la nariz. Sólo puedo enfocar uno de sus ojos. Un círculo marrón trigueño rodeado de pequeñísimas gotas de agua, verde. La escucho decir:

–No cierre.

Hace un gusano de algodón y me lo pone entre la encía y la cara. 
  
Ahora está doblando un tubo blanco de plástico que se continúa en un caño negro. Coloca el extremo doblado, también entre la encía y la cara, pero del otro lado.  El tubo aspira, y con mi saliva emite un sonido como el de las bombillas de gaseosa cuando ya casi no queda más en la lata. Vuelve a decirme:

–No cierre.

Ha puesto un cartucho en una jeringa, y el sonido al cerrarla me produce un escalofrío igual que estar frente a un arma que acaban de cargar y remontar, y que me apunta, lista para el disparo. Le escucho decir:

–Tranquilo.

Está frotándome con algo la encía, al lado del algodón.  Vuelve a estar el barbijo desde donde respira al lado de mi nariz y, perfectamente en foco, el mismo ojo.   Veo la  punta de la lámpara en lo alto de la pupila,  y en lo blanco, del lado del lagrimal, se me hizo ver letras pequeñas que corrían a esconderse debajo de los párpados,  pero en ese momento repite:

–Tranquilo, respire hondo, es sólo un pinchazo. 

Sostiene el arma en alto mientras con la otra mano estira un costado de mis labios en toda su extensión.  Allí introduce el arma y empuja con fuerza y decisión. Temo quedar atravesado y que el líquido me chorree por la papada,  pero el ojo está de nuevo allí y esta vez las letras ya no se esconden en los párpados, suben por el costado de la nariz, cruzan el entrecejo y se organizan en la frente; y estoy leyendo:

“Me encantaría que me llames”.

Y al lado, un número de teléfono que termina en una coma y después dice:

“Particular.”

Le oigo decir:

–Enjuáguese, ya puede tragar y sentarse un rato.

Ella sale. Yo quedo extrañado, con la cara algo más pesada de un costado, y va en aumento una rara mueca cuando escupo o quiero hablar.

Ha vuelto. Vuelve el gusano de algodón al costado de la encía y el tubo blanco del otro lado. El sonido de vajilla da como resultado una pinza que me recuerda a mi abuelo carpintero, o mas bien una pequeña tenaza algo más sofisticada. Pero esta vez no la ostenta en alto sino que la disimula por lo bajo, mientras vuelve a extender el costado de mis labios...  Pero ya el ojo está de nuevo allí, en toda su delicia, y las letras, en confianza, me esperan ordenadas en la frente. Ella dice:

“Es sólo un momento, si duele me avisa.”

Y en la frente leo:

“Me gustaría que me avises si te gusto.” 

Noto un hormigueo en mi frente y me doy cuenta de que se ha entablado un diálogo.  Veo desde sus pupilas, que sobre mis cejas dice al rojo vivo:

“Me encantás.”

E inmediatamente debajo de su flequillo dice:

“Yo te quiero.”

Y en mi frente:

“Yo también.”

Y en la de ella:

“No dejes de llamarme, por favor.”   

Y en la mía:

“Tengo champaña en la heladera.”
 
Y ella:

“Esta noche, si es posible.”

Y yo:

“Toda la noche.”
Ella:

“Mañana desayunamos y te llevo las tostadas a la cama.”

Ella, de nuevo:

“Muerda.”

Yo quiero morder la tostada y entonces escucho su voz que me dice:

–Tranquilo, ya pasó. Muerda, firme. Mantenga la gasa apretada una media hora. Después haga buches con agua tibia y sal.  Cualquier cosa, me llama.

Anota un número al dorso de una tarjeta, me la da y me escucho decir con voz nasal por apretar la gasa:

–Ya tengo ese número.

Ella se sonroja (yo también) y exclama:

–¿Cómo?


Pero ya hay otro paciente en la puerta, detrás de mí, así que tomo la tarjeta, esbozo una sonrisa que me sale sólo del costado no dormido y me voy, con los dientes apretados.


Alberto Suárez



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